La pérdida de los primeros dientes es uno de esos momentos que todos recordamos, aunque a veces sea más por la emoción que por el propio diente. Es una mezcla rara: un poquito de nervios, mucha curiosidad y la sensación de estar creciendo. En casi todas las culturas, este instante viene envuelto en un toque de magia, gracias a personajes que lo convierten en una pequeña aventura nocturna. Entre ellos, dos son los más conocidos: el Ratón Pérez y el Hada de los Dientes. Sus caminos son distintos, pero el propósito es el mismo: llevarse ese pequeño tesoro blanco y dejar algo especial a cambio.
El Ratón Pérez: un legado español con nombre y apellido
El Ratón Pérez tiene un origen muy concreto, casi como si lo hubiéramos podido ver nacer. En 1894, el escritor y sacerdote jesuita Luis Coloma recibió una petición muy especial de la Reina Regente María Cristina: escribir un cuento para consolar a su hijo, el pequeño Alfonso XIII, que acababa de perder su primer diente. Y así nació la historia que todos conocemos, aunque el personaje ya había hecho una breve aparición en un libro de Fernán Caballero en 1877.
En el relato de Coloma, Pérez es un ratoncito urbano que vive junto a una panadería, en una caja de galletas. Un día, descubre que los dientes de leche pueden ser la solución para ayudar a ratones ancianos que ya no pueden comer bien. Siguiendo a un niño hasta su casa, espera a que se duerma, toma el diente que guardaba bajo la almohada y deja un regalo en su lugar. Pero la historia va más allá: el Ratón Pérez convierte al joven rey en ratón por un día, y juntos recorren Madrid, viendo la riqueza de unos y la dureza de la vida de otros. No era solo un cuento; era una lección de empatía, solidaridad y justicia.
Hoy, su leyenda sigue viva en España y Latinoamérica. Algunos niños dejan el diente bajo la almohada, otros en un vaso de agua.
El Hada de los Dientes: un mosaico de tradiciones
El Hada de los Dientes no tiene un nacimiento tan preciso. Es más bien el resultado de siglos de costumbres que se mezclaron hasta formar la figura que hoy conocemos.
En la Europa medieval, era común enterrar o quemar los dientes para protegerlos de espíritus o brujas. Los vikingos, por ejemplo, pagaban a los niños por ellos y los usaban como amuletos de buena suerte en batalla. En Asia y Oriente Medio, todavía hay niños que lanzan sus dientes al tejado o los entierran pidiendo que crezcan fuertes como los de un ratón.
El Hada moderna, tal como la imaginamos con alas y varita, empezó a ganar fuerza en Estados Unidos a principios del siglo XX. Apareció en periódicos, en una obra de teatro en 1927 y en un cuento en 1949. El cine y la literatura infantil hicieron el resto.
En distintos países, esta figura cambia de forma: en Francia es una ratoncita llamada “La Petite Souris”, en Sudáfrica un “Tandemuis”, en Rusia la “Zubatka”, en el País Vasco “Mari Teilatukoa”.
Lo que comparten y lo que los diferencia
Tanto el Ratón Pérez como el Hada de los Dientes buscan lo mismo: que perder un diente sea algo emocionante, no algo que dé miedo. Cambian un momento de incertidumbre por una pequeña historia de ilusión.
La diferencia está en sus raíces. Pérez nació de un cuento con un claro mensaje social; el Hada se formó a partir de muchas creencias antiguas que se mezclaron y adaptaron con el tiempo. Uno es un ratón con sombrero, gafas y una pequeña bolsa; la otra, una criatura mágica y luminosa.
Y es curioso: los ratones son protagonistas en muchas culturas porque sus dientes crecen toda la vida. Regalar un diente a un ratón era como pedirle prestada esa fortaleza.
La huella que dejan
Ambos personajes ayudan a los niños a vivir este cambio como algo bueno. Además, los padres aprovechan para reforzar el cuidado de los dientes: “El Ratón Pérez solo se lleva dientes limpios” o “El Hada de los Dientes adora las sonrisas cuidadas”.
Al final, estos mitos siguen existiendo porque conectan con algo muy humano: la necesidad de poner un poco de magia en los momentos de transición. Perder un diente deja de ser un simple hecho biológico para convertirse en un recuerdo que se lleva toda la vida.
